jueves, 23 de noviembre de 2006

El sentido común

Vengo del Casino Jerezano de oir una charla de Paco Bejarano, poeta y articulista, sobre "El sentido común", organizada por la tertulia "Noches Jerezanas".

Me preguntaba qué se puede decir en público y durante dos horas sobre el sentido común. Iba intrigado.

Tras la presentación de Miguel Mariscal Trujillo, Bejarano ha arrancado con una improvisación y enseguida ha echado mano de lo que traía escrito. No ha durado mucho, y menos mal, porque me parecía poco concreto, un tanto etéreo; o se iba por la época de neandertales y cromañones o bordeaba el tema de los políticos. Ha pedido un coloquio como parte fundamental de la tertulia; ahí sí ha demostrado sentido común. A cada intervención él repondía, aunque el pie que le dieran no consistiera en una pregunta. Fue mi caso.

He expuesto que, al hilo de neandertales y cromañones, han saltado dos recentísimas noticias muy interesantes. La primera salió en la prensa la semana pasada y es que entre el genoma de los neandertales y el de los cromañones hay diferencias sólo en un cero coma cinco por ciento; la segunda ha salido hoy mismo y es que un equipo científico norteamericano ha descubierto que puede haber diferencias entre los genomas de dos individuos humanos actuales, lo que es una auténtica novedad, pero lo sorprendente es que esa diferencia puede llegar al uno por ciento. Es decir, puede haber más diferencia genética entre dos hombres actuales vivos que entre un hombre actual y uno neandertal extinguido hace más de cuarenta mil años. Para que luego hablen de diferencias o discriminaciones...

Decía mi maestro que el sentido común es el menos común de los sentidos.

La gente sencilla del campo, que no tiene excesivos conocimientos científicos, recurre a la "cuenta de la vieja" para calcular lo que vale un pan o lo que debe cobrar de sueldo diario. Lo sabe perfectamente sin haber ido al colegio para aprender a multiplicar o dividir; utiliza el sentido común.

Por último, me he permitido contar una anécdota que creo refería Eugenio d'Ors. En un país rico, los intelectuales querían saber cuál era el cuadro más valioso del museo de la capital. Convocaron un concurso con la pregunta "¿qué cuadro salvaría usted si se declarara un incendio en el museo?" Respondieron muchos entendidos en pintura y un hombre que pasaba por la calle. Aquéllos mostraron su elección por diversos cuadros y no había manera de decidir cuál era el mejor; el jurado llegó a la respuesta del hombre de la calle y se encontró que éste había respondido: "salvaría el cuadro que estuviera más cerca de la puerta". Les sorprendió y decidieron crear para él el premio a la respuesta más ingeniosa. Como las otras respuestas no se ponían de acuerdo y había empate múltiple le otorgaron el dinero del premio al hombre de la calle, que con sentido común, innato, había convencido más que los expertos que sólo se habían guiado por sus conocimientos adquiridos.

Entre el público que llenaba la sala se levantó un murmullo de regocijo.

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